sábado, 5 de junio de 2010

AÑO SACERDOTAL

¿Fracasó el año sacerdotal?
Sergio Pérez de Arce sscc

El viernes 11 de junio, día del Sagrado Corazón, finaliza el “año sacerdotal”, convocado por Benedicto XVI hace un año. El objetivo, en palabras del Papa, era “contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” (carta convocatoria). El Cura de Ars, sacerdote francés que actuó en la primera mitad del siglo XIX, fue propuesto como figura inspiradora para este año.

Cuando estamos a pocos días de la finalización de este tiempo especial, y en el contexto de la situación de crisis que vive la Iglesia, surge la pregunta: ¿Se habrá logrado el objetivo propuesto? ¿Habrá servido este año para que los sacerdotes, según palabras de la convocatoria, “se distingan por un vigoroso testimonio evangélico”? Pareciera que habría que hablar de fracaso.

A pesar que el Papa, en su carta, quiso poner el acento en las “espléndidas figuras de pastores generosos” más que “resaltar las debilidades de sus ministros” por las cuales la misma Iglesia sufre, la realidad ha dicho otra cosa. Lo que más ha aparecido no es el testimonio evangélico, que sí lo hay, sino el delito y el ocultamiento, que lamentablemente también lo hay. Ni la más maquiavélica estrategia podría haber previsto y planificado lo que ha pasado: en el año sacerdotal, la figura del sacerdote ha llegado a estar altamente cuestionada y su transparencia evangélica se ha nublado ante la sociedad.

Sin embargo, es posible que los mismos acontecimientos que comentamos, contribuyan a una renovación importante del sacerdocio en la Iglesia. No será por la figura inspiradora del Cura de Ars. Tampoco por las diversas actividades que el “año sacerdotal” contempló: seminarios, retiros, horas santas, etc. El llamado a la renovación y al cambio está viniendo desde la realidad, la dolorosa realidad de la Iglesia y sus torpezas. A lo mejor este es el camino del que se sirve el Espíritu para “hablar a las Iglesias”. A lo mejor este “año sacerdotal” sí da fruto, si somos capaces de leer los signos de los tiempos y renovar nuestra comprensión y práctica del sacerdocio en la Iglesia.

Esto último, sin embargo, no es tarea fácil. Está muy arraigada en la Iglesia una teología que acentúa la relación del sacerdocio con los sacramentos, especialmente la eucaristía. Por su particular rol en el culto, el sacerdote es “mediador”, actuando en la liturgia “en la persona de Cristo Cabeza”. Con lo cual es fácil que se atribuyan al sacerdote “poderes especiales”, que lo separan de la comunidad. La carta del Papa, por ejemplo, cita la siguiente frase del Cura de Ars: “¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”

Si se le atribuyen al sacerdote poderes casi de “mago”, es fácil que llegue a creerse depositario de muchos otros poderes –sobre la comunidad, sobre las personas– que pueden ejercerse muy mal. Por eso, para que cambie la práctica debe cambiar la teología, la comprensión que cada sacerdote y cada comunidad tiene del ministerio sacerdotal.

Hace tiempo que hay una teología y una pastoral que están insistiendo en el carácter comunitario y ministerial de la Iglesia. La comunidad de Jesús, que continúa su misión en la tierra animada por el Espíritu, es portadora de diversos ministerios que la enriquecen y le permiten actuar en las diversas realidades. El ministerio sacerdotal no puede olvidar esta perspectiva en su comprensión y práctica. La cuestión no es sólo si los sacerdotes son más o menos santos, si son buenas o malas personas, si son más o menos espirituales, todos aspectos por cierto importantes. La cuestión es qué eclesiología se promueve, qué concepción de los ministerios se tiene, qué relación se establece con la cultura, etc. Los cambios que necesita la Iglesia no son sólo morales y espirituales –que sí lo son– sino también estructurales, relacionados con el modo en que ella se configura y organiza.

Lamentablemente, el “año sacerdotal” convocado por el Papa no ha propiciado una discusión sobre estos temas. Pero las situaciones dolorosas que estamos viviendo posiblemente generen la oportunidad. Si es así, este año no será un fracaso.

3 comentarios:

  1. Este quizás fracasado año sacerdotal hubiese sido más exitoso - en los términos aquí planteados - si hubiesen sido los mismos curas involucrados (o aquellos implicados por complicidad de ocultamiento) quienes hubieran sacado a la luz pública los incalificables hechos que hemos conocido y seguimos conociendo. En la mayor parte de los casos han sido las víctimas y sus cercanos quienes han señalado los acontecimientos. ¿Cuánto más permanecerá oculto si los afectados no se atreven a hablar? ¿Tanto escasean los curas que se atreven a decir la verdad? Da la sensación que es porque esa verdad precisamente afecta su imagen de poder y superioridad (¿?). Creo que la verdad nos hace libres y mientras oculten hechos sólo serán prisioneros de sí mismos. El perdón es un don de DIOS, pero cuando hay daño, además de la sanación del perdón, es necesaria la justa compensación para recuperar el equilibrio y superar la desprotección vivida a nivel personal y social, más aún cuando el hechor se configura en el imaginario social como "un hombre de DIOS" o "llamado/elegido por DIOS". Ojalá encuentren los caminos para recuperar la confianza de la gente, una confianza mucho más auténtica que la basada en situaciones como el ocultamiento de hechos "no convenientes de informar".

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  2. En realidad, muy santo debe haber sido el Cura de Ars, no lo pongo en duda, pero qué lejana su imagen de lo que necesitamos hoy. ¿Por qué no se pensó en Chile en destacar más, y sobre todo, figuras vigentes como Alberto Hurtado o Esteban Gumucio? Y los obispos de América Latina ¿no pensaron en Óscar Romero?

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  3. Mons. Tempesta, de Brasil, a propósito de los desafíos de Aparecida comentó lo que traduzco libremente abajo... en esta misma perespectiva puede imaginarse un sacerdocio postconciliar, más enraizado en la experiencia de Jesús (y menos judaizante), a la vez que fielmente encarnado en la realidad actual.
    "Surge ahora la gran pregunta: ¿cómo implementar todas esas bellas inspiraciones y caminos sugeridos por Aparecida en nuestras comunidades? La solución fácil y lógica es la elaboración de planes, directrices, orientaciones, proyectos. Somos hijos de este tiempo y la Iglesia (en Brasil) siempre se pauteó por esa inspiración “pastoralista” que hizo nuestro (actual) modo de pensar y de actuar pastoral. Y será realmente esto lo que sucederá, pues no tenemos otras prácticas. No obstante, la inspiración de Aparecida sugiere otras prácticas y otros paradigmas de trabajo. Es aquí que entra la Iglesia Orante que pide la acción del Espíritu. Tenemos también la certeza que el Espíritu Santo actuará y hará maravillas en la vida de aquellos que, como María, responderán el “sí” al llamado del Señor. Fue así también con el Concilio Vaticano II: tuvimos muchos planes y muchas maneras de estudiarlo, mas el Espíritu Santo fue interviniendo con sus inspiraciones y trayendo personas y acontecimientos para conducir el proceso de colocar el sueño en práctica."

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SS.CC. DEBATES. Gracias por compartir tus comentarios.