jueves, 10 de mayo de 2012

¿Qué Iglesia queremos?


Enrique Moreno Laval ss.cc.

Cada cierto tiempo, vale la pena preguntarse por nuestra Iglesia. Por esta Iglesia que amamos y por cómo la queremos ver. Miramos la experiencia de la primera iglesia y nos conmueve esa fraternidad compartida en igualdad de condiciones, donde el servicio parecía ser un distintivo importante. Ponerlo todo en común, de tal manera que ningún miembro de la comunidad se sintiera excluido del bien común, nos sigue mostrando hacia dónde deberíamos caminar como humanidad, aunque sintamos que el ideal esté todavía muy lejos de llegar a ser realidad. Incluso más, quizás no lo alcancemos nunca ese ideal, pero esto no nos exime del deber de ir esforzándonos cada día por aproximarnos más y más a esa propuesta.


Nuestra  misma Iglesia conoció también, tempranamente, las dificultades de vivir en una efectiva comunión y participación. Hubo cristianos que simularon compartirlo todo y fueron sorprendidos en su mezquindad. Hubo divisiones en algunas comunidades a causa de pretendidos liderazgos que, en la práctica, no consideraban a Jesús como su único señor y maestro. Hubo competencias acerca de la importancia de determinados carismas, dejando entre paréntesis el carisma mayor, el del amor. Hubo exceso de apariencias y búsqueda de poderes y honores, olvidando que el único afán cristiano consiste en servir sin condiciones ni reservas. Hubo escándalos porque se celebraba la cena del Señor y a la vez se excluía a los pobres. Todo esto está certificado en los libros del Nuevo Testamento.


¿Acaso no se repite algo de todo esto a lo largo de toda la historia de nuestra querida Iglesia? ¿Acaso no se reproducen estos rasgos en nuestra propia Iglesia de hoy? Si de verdad abrimos los ojos y el corazón, lo reconoceremos con humildad y con un profundo deseo de conversión. ¿Qué hacer entonces? Habrá que repetirlo una y otra vez: volver a Jesús. Él es la vid verdadera y no nosotros. Somos tan solo sus sarmientos que separados de él no podemos hacer nada. Tan cierto es esto que cada vez que hemos estado separados de Jesús nuestras vidas personales y nuestra vida de Iglesia han entrado en sucesivas crisis que nos han llevado hasta topar fondo.


Pero tenemos intacta la esperanza. ¡Siempre es tiempo! –como decía nuestro querido padre Esteban: “Es tiempo de escuchar a Cristo, simplemente. ¡Es tiempo! Es tiempo de vivir, tiempo de Dios. ¡Siempre es tiempo!” Tiempo de volver a Jesús.

Enrique Moreno Laval ss.cc.

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