*Por Gabriela Hilliger
Este martes es un día
decisivo para Estados Unidos. Trece estados y un territorio (Samoa americana)
tendrán sus primarias y prácticamente quedarán definidos quiénes serán los que
se enfrenten en las próximas elecciones presidenciales. Hasta ahora, la
sensación del ambiente es de asombro por la arremetida de dos candidatos muy
alejados de la política tradicional, lo que se ha interpretado como una
rebelión en contra del establishment.
La gente desconfía de sus autoridades y su independencia a la hora de legislar
y decidir. Todo esto, en parte, por a un sistema de financiamiento político en
crisis. Quizás, más profundo aún, el descontento tenga que ver con la
desigualdad e injusticia que se vive en distintos ámbitos de la sociedad
americana.
En parte, Donald Trump
y Bernie Sanders han apostado por canalizar ese descontento, aunque ofreciendo
proyectos muy distintos. Mientras el candidato demócrata ha fundado su campaña
no en su persona sino en un movimiento que quiere construir una sociedad más
igualitaria, focalizando sus ataques hacia un sistema político que parece mirar
muchas veces en forma preferente a los más ricos; Trump ha concentrado como
causa de casi todos los males de esta nación uno de los grupos más vulnerables de este país: los inmigrantes indocumentados.
En esta columna me enfocaré
en la estrategia del segundo ya que además ha escogido un símbolo muy
particular: Un muro en la frontera con México -que además, asegura él,
financiará el gobierno mexicano. Trump, quien tiene vasta experiencia en los
medios, ha sabido instalar su discurso de odio hacia los inmigrantes y
refugiados. Increíblemente, el candidato ha logrado entusiasmar a una parte
importante de la población americana convenciéndolos de que
los inmigrantes y refugiados son criminales,, que vienen a abusar de los
recursos públicos del Estado y a quitarles el trabajo a los “verdaderos”
ciudadanos.
Sin entrar en las
obvias implicancias éticas de su discurso, Trump ha construido un guión que dista
mucho de la realidad. Veamos algunos datos.
Estados Unidos es el
país que recibe, por lejos, más inmigrantes en todo el mundo. Muchos de ellos
son pioneros y responsables del progreso que en diversos ámbitos aquí ocurre. De
los 40 millones de inmigrantes que viven acá, se estima que alrededor de 11
millones son indocumentados. Pero en
ningún caso son arribos recientes. El 2010, dos tercios de ese número llevaban
viviendo en Estados Unidos más de una década. La inmensa mayoría trabaja
ganando a veces incluso menos que el salario mínimo y lejos de la precaria
protección laboral que aquí existe. Pese a que la gran mayoría de ellos paga
debidamente sus impuestos, su propia condición de indocumentados muchas veces
no les permite acceder a beneficios públicos. Por otra parte, es clave notar
que 4.5 millones son padres de menores estadounidenses. Ellos suelen trabajar en
total desprotección frente a sus empleadores; o viven encerrados en sus casas
con miedo a que “la migra” los encuentre; hacinados en dormitorios
multifamiliares y con temor incluso a tener que visitar un hospital de
emergencia ya que saben que de ser descubiertos son enviados de vuelta a sus
países, dejando a sus hijos abandonados. Finalmente, es importante aclarar que
el riesgo de deportación está lejos de ser una mera amenaza para ellos. Sólo
como referencia, durante el gobierno de Obama, EEUU ha deportado a más de
400,000 personas al año.
Otro aspecto que
preocupa es el hecho que aunque
el muro y otras medidas no lleguen a puerto -y que finalmente incluso la
campaña de Trump no resulte electa- es probable que sí haya sido eficaz en
construir un escenario que haga más improbable aún que algunos pocos recientes
avances como la acción ejecutiva del Presidente Obama prosperen. Esta reforma
podría ofrecer alguna solución al 40% de los inmigrantes indocumentados, pero
sigue trabada -gracias a la acción
judicial de algunos estados y grupos anti-inmigrantes-esperando ahora una resolución de la Corte Suprema
sobre su constitucionalidad.
Es en este escenario
que la visita del Papa Francisco a México, sus gestos y declaraciones resultan
muy importantes. Ciertamente lo hace muy consciente del “clima” que se vive en
EEUU ya que estuvo de en este país en Septiembre pasado. Quizás el gesto más claro
fue la misa que realizó en la fronteriza
Ciudad Juárez, en México, para hablarles ahí también a quienes lo
escucharon directamente desde el otro lado de la frontera, en El Paso, EEUU.
Así también se dio el tiempo para referirse a Trump, sin mencionarlo, y decir
que, contrario a lo que el mismo Trump sostiene respecto de su credo religioso,
“una
persona que sólo piensa en la construcción de muros no es cristiana”.
Ese gesto y estas palabras, aunque en el plano
simbólico aún, ofrecen sin duda, un alivio no sólo para los millones de familias que se han sentido
amenazadas el último tiempo, sino también para muchos acá, creyentes y no creyentes, que se resisten a cargar sobre los más
vulnerables la causa de sus males. Es de esperar entonces que haga efecto,
especialmente en un país donde casi el 70% de la población que se declara
cristiano.
Gabriela Hilliger es abogada
PUC, LLM UC Berkeley. Actualmente está trabajando en Inmigration Legal Services en JFCS-East Bay, California, EEUU.
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