Por Sergio Silva G. ss.cc.
Vivimos hoy bombardeados por tantos estímulos de
toda índole, que corremos el riesgo de perder la sensibilidad y dejar de
percibirlos. Nos pasa con frecuencia cuando se trata de los sentidos del oído y
de la vista. Pero también nos puede pasar con el “sentido espiritual”.
De hecho, Francisco nos ha estado “bombardeando”
con sus llamados intensos a la conversión pastoral, a la conversión ecológica,
a la revolución cultural, a la misericordia. No alcanzamos a darnos cuenta de
qué puede implicar uno de estos llamados cuando ya viene el otro. Sería
desastroso para nosotros y para la iglesia que perdiéramos la sensibilidad para
estos llamados, que me parece que vienen del Espíritu, porque son radicalmente
evangélicos. Por eso creo que es bueno volver al llamado de la Evangelii gaudium (EG) a la conversión
pastoral de la iglesia, una conversión que, según Francisco, “no puede dejar
las cosas como están” (EG 25). Me pregunto si en cada uno de nosotros, en cada
comunidad religiosa, en cada comunidad pastoral, en cada diócesis, en la
iglesia chilena, algo ha cambiado. ¿O pensamos –medio inconscientemente– que
nuestras “cosas” están bien y que las podemos dejar “como están”? A veces somos
muy lúcidos para ver dónde deben cambiar “las cosas” del otro –de la jerarquía
por ejemplo– y muy ciegos para reconocer nuestra propia necesidad de cambiar
algo. Es lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio que decía Jesús
(Mt 7,3-5). Por eso, pienso que nos haría bien volver a la EG para ver dónde
tengo yo que cambiar, dónde puede cambiar mi comunidad.
Una cosa hermosa de la exhortación es que el
llamado a la conversión no se hace en función de una norma que no estaríamos
cumpliendo, en función de un superyó que se nos impone como desde fuera de
nosotros mismos; por el contrario, se hace para no perder una oportunidad de
crecer, se hace en función de un bien que nos atrae: es mirando a ese bien que
nos damos cuenta de que estamos mal.
En la EG, Francisco no hace solo un llamado
genérico a la conversión pastoral, sino que va mostrando diversas pistas por
donde esta conversión puede discurrir. Una de ellas es la belleza de hacerse
pueblo, de ser pueblo. ¿Por qué es bueno para el cristiano –sea “de a pie” o
agente pastoral, ordenado o no– ser pueblo? En la EG Francisco da dos tipos de
razones, unas simplemente humanas, otras de fe.
Según las primeras, hacerse pueblo y ser pueblo
tiene en sí mismo un valor humano, es algo que forma parte del ser humano y que
lo hace crecer hacia su plenitud humana. Francisco
distingue dos niveles de profundidad en la vida social de las personas
individuales; el primero es ser ciudadano, el segundo, el decisivo, es hacerse
pueblo (EG 220). En el primer nivel, Francisco contrapone el ser ciudadano a la
masa. La diferencia está en la responsabilidad de la persona ante la cosa
pública. El ciudadano se sabe responsable de la marcha y el destino de su país
y por eso participa en la vida política. Las personas que se sumergen en la
masa, en cambio, son simplemente arrastradas por las fuerzas dominantes. Pienso
que hay aquí una importante tarea de formación política en la sociedad, en la
que como Iglesia deberíamos colaborar. Los fieles deben ser ayudados a salir
del estado de masa para hacerse ciudadanos responsables. No cabe en esto
escudarse en que la tarea de la Iglesia no es política sino religiosa. De entre
los auténticos ciudadanos saldrán los servidores públicos honestos, que no
buscan el poder para satisfacer sus propios intereses. Contribuir a formar este
tipo de ciudadanos puede ser un aporte decisivo de la Iglesia a nuestros
países. La discusión actual entre nosotros acerca de una nueva Constitución y
las elecciones cercanas, ¿no son una ocasión propicia para acentuar nuestro
“hacernos pueblo” en este primer nivel?
Para el segundo nivel, hacerse pueblo, valen sobre
todo razones de fe. En la exhortación hay un párrafo titulado “El gusto
espiritual de ser pueblo” (EG 268). No se trata solo de ser pueblo de Dios,
sino de la savia teológica, de fe, del ser pueblo simplemente humano. A todas luces, Francisco se refiere a un “gusto
espiritual” no por contraste con un gusto material, sino a uno que se vive en
el Espíritu de Dios y gracias a él. En ese mismo pasaje, Francisco llama a
hacerse pueblo invitando a estar cerca de la gente, y de esta cercanía dice que
es “fuente de un gozo superior”, porque –interpreto– es un gozo que proviene
del Espíritu. La savia teológica del hacerse pueblo se manifiesta también en
que la pasión por Jesús despierta necesariamente en el discípulo una pasión por
el pueblo, porque la mirada de Jesús “se dirige llena de cariño y de ardor
hacia todo su pueblo”. Por eso, la identidad del evangelizador “no se entiende
sin esta pertenencia” al pueblo.
El
fundamento último del llamado a hacerse pueblo es Jesús; él es modelo de
cercanía al pueblo: “La entrega de Jesús en la cruz no es más que la
culminación de ese estilo que marcó toda su existencia” (EG 269). La cruz de
Jesús se integra en lo que fue su vida entera de servicio y entrega a los que
lo necesitaban; hay una continuidad entre su ministerio público y la cruz, de
modo que esta no es un meteorito que cae desde fuera, sino que se integra
armoniosamente como culminación de la entrega gota a gota de toda su vida.
Hay en la
exhortación un número muy denso de contenidos importantes que, al pensar en la
conversión pastoral, todos los sacerdotes deberíamos tener presentes como
estímulos para un examen de nuestra manera de predicar (EG 154). Francisco
invita a tener un oído en el pueblo, a ser un contemplativo del pueblo; esto,
me parece, supone cercanía, mucha escucha abierta, hecha de acogida empática y
de preguntas que ayuden a las personas a expresarse lo más hondamente que
puedan, y pocas palabras de parte del sacerdote. Se trata de conocer por dentro
al pueblo, no para saber lo que quieren escuchar del sacerdote sino lo que
necesitan oír de él, porque se trata de comunicar a este pueblo, que el
sacerdote conoce porque vive de manera cercana a él, lo que el Señor le quiere
decir. En la conversación con los obispos de la directiva del Celam en Río, durante
la Jornada mundial de la juventud, dice Francisco: “En Aparecida se dan de manera relevante dos categorías
pastorales que surgen de la misma originalidad del Evangelio y también pueden
servirnos de pauta para evaluar el modo como vivimos eclesialmente el
discipulado misionero: la
cercanía y el encuentro. Ninguna de las dos es nueva, sino que conforman la
manera cómo se reveló Dios en la historia. Es el ‘Dios cercano’ a su pueblo,
cercanía que llega al máximo al encarnarse. Es el Dios que sale al encuentro de
su pueblo. Existen en América Latina y El Caribe pastorales ‘lejanas’,
pastorales disciplinarias que privilegian los principios, las conductas, los
procedimientos organizativos… por supuesto sin cercanía, sin ternura, sin
caricia. Se ignora la ‘revolución de la ternura’ que provocó la encarnación del
Verbo. Hay pastorales planteadas con tal dosis de distancia que son incapaces
de lograr el encuentro: encuentro con Jesucristo, encuentro con los hermanos.
Este tipo de pastorales a lo más pueden prometer una dimensión de proselitismo
pero nunca llegan a lograr ni inserción eclesial ni pertenencia eclesial. La
cercanía crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma
forma de diálogo y crea una cultura del encuentro. Una piedra de toque para
calibrar la cercanía y la capacidad de encuentro de una pastoral es la homilía.
¿Qué tal son nuestras homilías? ¿Nos acercan al ejemplo de nuestro Señor, que ‘hablaba
como quien tiene autoridad’ o son meramente preceptivas, lejanas, abstractas?”.
En la exhortación, Francisco señala cuatro grandes
obstáculos que dificultan que nos hagamos pueblo y que estemos cerca de la
gente como estuvo Jesús. Un primer obstáculo es el aislamiento, la búsqueda de
la autonomía individualista que impide salir de sí y hacerse pueblo, cercano a
la gente; es la conciencia aislada, la clausura en
los propios intereses, el no dar espacio a los demás ni entrada a los pobres.
¿Cómo superar este obstáculo? Francisco afirma que el único modo es el
encuentro con Dios: “Solo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor
de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra
conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente
humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve
más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está
el manantial de la acción evangelizadora” (EG 8).
El segundo obstáculo es alejarse del pueblo; esto
trae, según la Exhortación, una consecuencia inevitable, que es la “acedia”
(pereza, desgana) pastoral, que lleva a poner la atención más en la organización de la tarea pastoral que en
las personas a las que se trata de comunicar el Evangelio y acompañar en el
crecimiento de su fe (EG 82).
El tercer
obstáculo es la “mundanidad espiritual”, a la que el Papa dedica mucho espacio,
porque le parece una tentación actual grave. Cuando caemos en ella, “nos
entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» –el pecado del
«habriaqueísmo»– como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan
desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto
con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel” (EG 96). Aquí vemos una clave
de lo que piensa Francisco acerca de cómo deben vivir los agentes pastorales y,
en general, todos los bautizados: debemos estar siempre en contacto “con la
realidad sufrida de nuestro pueblo fiel”. Ese es el antídoto contra la
autorreferencialidad que mata a la Iglesia.
Finalmente,
el cuarto obstáculo es separar la vida privada y la misión evangelizadora: “La
misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me
puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que
yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión
en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (EG 273). En el trasfondo de
estas afirmaciones está la paradoja fundamental del Evangelio, formulada por
Jesús en el llamado a perder la vida por él y por el evangelio para ganarla.
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