No sabemos si la Iglesia llegará por
fin a ser culturalmente universal y si ella podrá cambiar sus estructuras y
lenguajes en función de los nuevos desafíos. Es temprano para sacar
conclusiones, pero todo indica que está comenzando una verdadera reforma.
Se cumplen en estos días el primer año de
pontificado de Francisco. Ha sido un tiempo breve pero intenso. Se nos olvida
que esto recién comienza y no sabemos que significará realmente para la vida de
la Iglesia. Hace algunos meses recibimos la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG) la cual no es
sólo un documento postsinodal sino un verdadero programa de gobierno que
esconde las preocupaciones y sueños más profundos del Papa (EG 25). El
documento es muy extenso y aborda muchos temas en un tono directo y cordial. Más
que una lección teológica da la impresión que estamos frente a un discernimiento
pastoral y espiritual que busca transformar la vida.
El Papa le escribe al creyente común y corriente
que tiene la tarea de evangelizar. No quiere perder tiempo porque sabe que hay
una parte de la Iglesia que está desanimada, cansada y que ha perdido
relevancia pública. Por eso le escribe a los que tienen su audacia sofocada por
los temores, las dudas y que son espectadores pasivos del estancamiento
infecundo de la Iglesia (EG 129).
El tema principal de la exhortación es la alegría que viene de la primacía de Dios
en nuestra vida, en contraste con la tristeza individualista de la sociedad de
consumo. El Papa anhela que los cristianos recuperen la alegría del corazón que
viene del evangelio, única que lleva a salir fuera de una conciencia cerrada y
de un yo autorreferencial. Esta alegría conlleva el imperativo de la misión,
porque la Iglesia no puede entenderse a sí misma si no es en salida. Por tanto,
evangelizar es abandonar la comodidad para salir a compartir una alegría (EG
20-21). El Papa sueña una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la
calle antes que una Iglesia aferrada en sus propias seguridades (EG 49). Y sueña
que los cristianos seamos capaces de romper los esquemas aburridos que encierra
al mismo Jesucristo y que ahogan la creatividad evangélica (EG 11).
El Papa no quiere una Iglesia encerrada en sí misma
incapaz de dialogar. Por este motivo el mismo documento es un testimonio
coherente de diálogo abierto. El Papa quiere escuchar la voz de todos los
pueblos con la intención de descentralizar el gobierno y la palabra de la
Iglesia. No le teme a la diversidad y el pluralismo que bien entendida no pone
en peligro la unidad de la Iglesia (EG 116-117).
Como es su costumbre, es muy cercano y exigente con
los obispos y sacerdotes. No se complica en dar consejos prácticos para que
puedan mejorar la calidad de su servicio (EG 138). Tiene una palabra crítica
para el predicador mediocre e improvisado que es irresponsable con la tarea que
ha recibido (EG 145). En el fondo la crítica es al clericalismo y al
funcionalismo de los sacerdotes. El Papa sueña que transmitamos un mensaje
sencillo, profundo y con un lenguaje renovado. Quiere que este mensaje recaiga
en lo esencial del evangelio y para el Papa lo esencial es Jesús y los pobres.
Recuerda que en la Iglesia hay una jerarquía de verdades. No todo tiene el
mismo valor.
La exhortación anima a escuchar el clamor de los
pobres frente al cual la Iglesia debe responder (EG 187-188). Su preocupación
principal es la inclusión social de los pobres (EG 186-216), la construcción de
la paz, la justicia y la fraternidad desde el diálogo social (EG 185). Francisco
sueña una Iglesia donde los principales protagonistas sean los pobres. Para él,
entre el Evangelio y la promoción humana hay una estrecha colaboración.
Tiene una preocupación sincera por las
consecuencias de la ideología neoliberal que idolatra el dinero y engendra una
economía de exclusión e inequidad. Frente a esta situación, quiere que de los
principios sociales se saquen consecuencias prácticas (EG 182). El Papa se
cansó de una fe estrictamente doctrinal que se queda al margen de la lucha por
la justicia (EG 183).
La "opción por los pobres" ya no es
patrimonio de un sector de la Iglesia sino algo central de la Iglesia
universal. El Papa recoge la "opción por los pobres" como categoría
teológica más que como categoría cultural, sociológica, política o filosófica
(EG 198). Los pobres deben estar al centro del camino de la Iglesia y frente a
ellos tenemos que tener una atención amante para acompañarlos en su camino de
liberación (EG 199). El Papa no ahorra dureza para expresar que la peor
discriminación que sufren los pobres dentro de la Iglesia es la falta de
atención espiritual (EG 200) y no acepta excusas que desvíen esta atención
prioritaria (EG 201).
Respecto del sistema imperante expresa su
desconfianza con la lógica del mercado, que introduce a las personas en una dinámica
de consumo que no favorece la integración social. Sueña con ciudades que sean
capaces de integrar a los diferentes y que favorezcan el reconocimiento del
otro (EG 210).
Para los cristianos comprometidos espera que sepan
equilibrar mística y compromiso social. Sin un espíritu contemplativo las
tareas se vacían de sentido y nuestra vida se debilita por el cansancio (EG
262). También sueña que estemos cerca de la gente porque la misión es una
pasión por Jesús y una pasión por el pueblo (EG 268).
Ha sido un tiempo breve pero intenso. Frente a todo
lo que hemos visto y escuchado algunos se preguntan: ¿Estamos sólo ante un cambio de estilo o estamos asistiendo al inicio
de una verdadera reforma de la Iglesia?
No sabemos si la Iglesia llegará por fin a ser
culturalmente universal y si ella podrá cambiar sus estructuras y lenguajes en
función de los nuevos desafíos. Es temprano para sacar conclusiones pero todo
indica que está comenzando una verdadera reforma. No sé si estamos preparados
para asumir que estamos en "estado de reforma" y para abandonar el
"siempre se ha hecho así". Esto se lo tiene que preguntar la Iglesia,
las congregaciones, parroquias, comunidades y nuestra propia vida de fe.
¿Tendremos la osadía de empezar un camino nuevo más alegre, libre y cerca de
los pobres? ¿Seremos capaces los cristianos de arriesgar por nuevas formas de
pensar, transmitir y vivir la fe? No queda otra. Y hay que hacerlo ahora.
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