"En mi opinión, el paradigma eclesial y social en
los temas relacionados con la familia están en su punto de mayor lejanía, al
extremo de que lo revolucionario en el paradigma eclesial suele ser un asunto
de sentido común en el paradigma social".
Por Nicolás Viel ss.cc.
No tengo dudas
que para muchos cristianos, el inicio de un nuevo Sínodo sobre la familia no
dice mucho. Probablemente muchos ni siquiera estén enterados. Aún así este
nuevo acontecimiento de la Iglesia, tiene como antecedente un camino previo que
en sí mismo es fuente de esperanza. Como nunca, se ha escuchado la voz del
pueblo y se ha invitado a hablar con libertad. Sé que parece algo de sentido
común, pero no siempre sucede así.
La Iglesia
quiere volcar en este Sínodo su reflexión sobre la familia, porque es
consciente que ella custodia la dignidad humana y salvaguarda a la persona en
las diferentes etapas de su existencia. Como el mismo Papa lo ha expresado
"la familia está cargada de una
incalculable fuerza de humanización" (Francisco,
Homilía en el rito del matrimonio en la
Basílica Vaticana, 14 de septiembre, 2014).
El contexto de
este Sínodo es muy particular. No hay que estar muy inserto en la realidad
social y en la cultura juvenil para darse cuenta de la distancia, a ratos
insalvable, entre la doctrina eclesial conla vida concreta de las personas. En
muchos casos hay una valoración positiva de los principios generales,pero al
mismo tiempo hay mucha resistencia hacia los aspectos parciales de la doctrina
(como el uso de anticonceptivos, divorcio, homosexualidad, uniones de hecho,
situación de los divorciados vueltos a casar, etc). En mi opinión, el paradigma
eclesial y social en los temas relacionados con la familia están en su punto de
mayor lejanía, al extremo de que lo revolucionario en el paradigma eclesial suele
ser un asunto de sentido común en el paradigma social.
No es sencillo
dilucidar cómo se llega a este nivel de desconexión y lejanía, pero es real.
Por este motivo la Iglesia se juega mucho en este nuevo Sínodo, porque una
persistencia testaruda en alguno de sus principios se podría traducir en una
lejanía sin retorno. Por tanto, uno de los desafíos más interesantes del Sínodo
será buscar caminos que permitan acercar estos paradigmas, lo cual supone
reconocer que muchas veces en el fondo de situaciones dolorosas, hay una lucha
por el amor y la esperanza.
La reflexión que
llevará a cabo la Iglesia asume que vivimos actualmente en un paradigma de
movilidad integral, comunicación global y pluralismo, que no se había dado
antes. El mismo Papa ha expresado que "tenemos
que hacernos cargo con responsabilidad de los interrogantes que trae consigo
este cambio de época" (Francisco,
Discurso durante el Encuentro para la
Familia, 14 de octubre, 2014). Sin agotar todos los desafíos pendientes,
simplemente me gustaría sistematizar algunos de los desafíos que la Iglesia tiene,
hacia adentro y hacia afuera.
Respecto de los desafíos hacia adentro, es fundamental reconocer primero, toda la gama de grises en que
discurre la vida humana, donde muchas veces se camina hacia ideales a través de
pasos muy modestos. Esperemos que el Sínodo haga un ajuste respecto de los
ideales morales existentes, porque la Iglesia no quiere plantear "un ideal de familia que se ve como una meta
inalcanzable y frustrante, sino un camino posible desde el cual aprender a
vivir" (Cf. IL 62). Hay que tener claridad que una cosa son los
ideales morales y otra muy diferente la vida de las personas. Y la opción de la
Iglesia es acompañar personas, y no ideales.
En un segundo
aspecto está la posibilidad de llevar adelante un cambio de paradigma, desde un
enfoque normativo-institucional a un
enfoque de misericordia-hospitalidad.
En otras palabras se trata de pasar de una visión legalista, a una pastoral que
cura las heridas. Tenemos que elegir si queremos ser un centro de moral ideal,
o una casa de puerta abiertas donde "hay
lugar para cada uno con su vida a cuestas" (Cf. Francisco, Evangelii Gaudium,47). Este cambio de paradigma trae consigo asumir
la misericordia como principio hermenéutico, lo que se significa que toda la
praxis de la Iglesia debe ser interpretada desde el amor compasivo (Cf. W. Kasper, El evangelio de la familia, Sal Terrae, Santander 2014, 88). La
centralidad en la misericordia como principio hermenéutico significa creer que
la principal fuerza de transformación de la realidad es el amor. "Sólo el amor convierte la periferia en
centro y la roca en ternura" (Cf. Francisco,
Discurso a los participantes en la
asamblea diocesana de Roma, 17 de junio, 2013).
En tercer lugar,
la Iglesia tiene la urgencia de de repensar ciertos aspectos de la realidad
sacramental. No puede ser que lo que está llamado a ser don, se transforme en
una carga. La realidad tiene matices, por tanto, no se puede aplicar la
doctrina eclesial sin un principio de gradualidad que favorezca un verdadero
proceso de discernimiento, y que sienta las bases para un nuevo modo de acción
pastoral, más personalizado, más gradual, que atienda los matices de cada caso
concreto. Esta reflexión es urgente porque los sacramentos no son una
disciplina, sino una ayuda para las dificultades del camino.
Estos desafíos
internos requieren en muchos casos profundizar los principios fundamentales de
la moral de la Iglesia, para dar más libertad y capacidad de discernimiento a
las personas. Ya ha quedado atrás esa Iglesia temerosa, que le dice a las
personas adultas lo que tienen que hacer en sus vidas. Esto no significa
relativizar principios, sino justamente profundizarlos. Quizás como punto de
partida convenga asumir con humildad que muchas veces los documentos eclesiales
se perciben excesivamente complejos y desconectados de la realidad. Esperamos
que esto no se vuelva a repetir en estas semanas.
Respecto de los desafíos hacia afuera, en un primer acercamiento a esta realidad hay que tener en cuenta
que el cambio antropológico-cultural ha sido beneficioso en algunos aspectos
(hay mayor libertad de expresión y mayor resguardo de los derechos de la
mujer). Aún así la familia se encuentra en un momento muy difícil, en medio de
sufrimientos complejos. Muchos de los vínculos familiares se han debilitado por
culpa de un sistema socioeconómico que constituye relaciones mercantiles, en
medio de un relativismo individualista que se despliega dentro de una
mentalidad consumista. ¿No será este Sínodo una nueva ocasión para afirmar que
este sistema neoliberal ha tocado fondo, y que es un gran fracaso para los
pobres y sufrientes? "¿No debiera
comenzar la pastoral familiar por la liberación de las familia oprimidas?"(Cf.
F. Vidal, "La cultura del
corazón del evangelio de la familia",
en G. Uríbarri (ed.), La familia a la luz de la Misericordia,
Sal Terrae, Santander 2015, 57-77).
Una comprensión
actual de la institución familiar no puede ignorar la fragmentación marcada por
factores externos como la pobreza, desigualdad, individualismo narcisista, y la
realidad de muchas familias que emigran o que están sometidas a sistemas
laborales y sociales muy precarios. En este sentido, la reflexión sobre la
familia no es un capricho moralista, porque en muchas situaciones de exclusión
y pobreza la familia es lo único que les queda a las personas para sostener sus
vidas, o para reparar las heridas de la vida.
Son muchos los
temas que requieren ser comprendidos de manera nueva, lo que nos demuestra que
en definitiva necesitamos una nueva forma de entender el amor y la sexualidad
humana desde una comprensión más integral, diversa y plural, que sea más
respetuosa de los derechos y libertades. No podemos dejar pasar esta
oportunidad de constituir un soporte cultural nuevo, que armonice las múltiples
tendencias existentes y que asuma pastoralmente que ninguna realidad humana
está fuera de la misericordia de Dios.
Aunque el camino
de diálogo previo y libre que nos propone Francisco nos da mucha esperanza, no
podemos ignorar que hay sectores de la Iglesia muy temerosos a estos cambios. Estos
grupos conservadores temen una "desbandada" o una "relajación"
frente a temas morales. Esperemos que estas voces no primen, porque no puede
ser que la pauta la definan el miedo y el rigorismo moral. Para los cambios,
que esperamos se avecinen, se requiere valentía. Sólo así nuestro anuncio
volverá a encontrar la vitalidad perdida.
Los documentos
previos han insistido en la necesidad de buscar caminos pastorales valientes,
para acercarse a las situaciones de fragilidad y las heridas de tantas familias
(Cf. Relatio Sinodi, 45). Ya son
muchas las voces que le piden a la Iglesia acercar estos paradigmas cada vez
más alejados. No se puede dejar pasar esta oportunidad de sintonizar la vida de
la Iglesia con la realidad. Es curioso que a la Iglesia le cueste tanto dar
estos pasos, teniendo en cuenta que si hay alguien que conoce de heridas al
interior de la propia familia, más todavía en estos tiempos, es la propia
Iglesia.
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